sábado, 18 de octubre de 2014

Elvira Sastre: Un sueño.


El resto del mundo buscaba las respuestas. 
Ella tenía las preguntas.

Era un domingo con etiqueta de fiesta
de sábado enredado en nostalgia.

Yo caminaba sola,
a caballo entre mi cansancio
y la esperanza que te ordenan tener,
mirando al suelo
-siempre-
para no perder detalle
de la belleza de las cosas que son más pequeñas que nosotros.

No sabía dónde iba:
estaba atrapada entre una huida que acababa siempre liberándome
y una libertad que me volvía presa de mí misma.

De repente
empezó la lluvia
y,
como si fuera una banda sonora programada
de una de esas estúpidas películas felices
o el tiro que indica la salida de la carrera de tu vida hacia la muerte,
levanté la mirada
y fui testigo de cómo Gran Vía guardaba silencio,
como calla quien no sabe qué decir ante lo que es más grande que él.

Ella,
así, con mayúscula,
como se escribe Lluvia, Invierno y Tristeza
o Pájaro, Amor y Saliva.
Ella.

Paseaba despacio,
se la veía tan segura
de que el mundo dependía en ese momento de sus pies
que la prisa no entraba en sus pasos.

Sonreía a solas,
como un prodigio animal en medio de una selva humana.
Parecía que decía:
idiotas, la solución a todo está en nuestras bocas.

Zarandeaba sus manos
buscando algún tipo de herida,
tenía los ojos de color café batalla
y en el pelo un millar de caricias en marzo.
Su pecho parecía batirse en retirada a cada latido
y sin embargo era fácil entender que era el aire
el que la respiraba a ella.

Miraba al horizonte:
cualquiera en su loco juicio
hubiera dicho de ella que tenía todas las preguntas,
que era una niña perdida
que había venido a salvar(me d) el mundo
porque nunca lo sabría,
que probablemente habría nacido en una nube
y se marcharía con la próxima tormenta
con el resto de todas esas historias
que violan con violencia vidas.

A través del deseo
de querer besarle los párpados,
me di cuenta de que era uno de esos seres
que jamás,
ni aun empeñando tu empeño,
podrías llegar a conocer.

Era una de esas maravillas
que te hacen querer ser humano.

Juro que no exagero
si os digo que todo mi invierno se concentró en su cara,
que la lluvia era más pequeña que ella
-igual que mi corazón,
los árboles y la contaminación de Madrid-,
que nada tienen que hacer las mariposas y los terremotos
cuando ella pestañea,
que la miré como si Gran Vía fuera el diluvio universal
y Noé la hubiera señalado solo a ella.

Que la vida
puede durar un cruce de miradas
en medio de una tormenta.
Y os aseguro que eso es un regalo,
eso es más que suficiente.

E igual que apareció,
se marchó:
como quien camina de puntillas
y provoca estampidas de latidos.
Disimulando,
como si no creyera en la poesía
y pensara que todo lo que no se dice en voz alta
no existe.
Como un secreto,
ignorante de que son silencios
que hacen más ruido que la verdad.

Y yo la dejé irse,
sin nombrarla
para no romper su existencia.





Elvira Sastre
en Baluarte.
Valaparaíso ediciones.

viernes, 17 de octubre de 2014

Elena Medel: Una plegaria por las mujeres solteras



Ángel
de los pisos de soltero,
ángel de las solteras
que duermen varias noches en un piso de soltero,

¿lo sabías?

Antes del amor el hombre
se entrena golpeando.
Su hogar lo construye con el ruido:
tan firmes las paredes
tan familiares tan firmes las paredes,
los cimientos de su casa los ha hundido daño a daño.

Ángel del sexo
con los inquilinos de pisos de soltero,
ángel del no querer oír
de las solteras,

¿lo sabías?

Después del amor
el hombre se incorpora para escoger un disco
y suena una canción y susurra
me gusta esta canción:
para entonces está otra vez dentro de ella.
Luego habla de su hogar en otra parte
y de quienes viven en él -sin él, en ese hogar más suyo:
      enseña fotos-
y la mujer lo abraza y él susurra
me gusta estar contigo.
Y la mujer oye.

Ángel del suelo sin barrer
de los pisos de soltero,
ángel de las solteras
que pasean desnudas por los pisos de soltero,

¿lo sabías?

Antes del amor la mujer predijo su futuro. Junto a él,
en su sofá, ella se fijó en sus libros. Debe de ser bueno
un hombre que lee así. (Pero también antes del amor
los amigos del hombre predijeron su futuro).
Debe de ser bueno
un piso en el que distingues dónde pisaste la otra noche
y dónde pisó la otra la anterior.

Ángel del frigorífico vacío
de los pisos de soltero,
de las solteras que se conforman
y desayunarán solas, más tarde,

¿tú lo sabías?

Después del amor la mujer se ducha mientras
el hombre fuma en el pequeño salón de su piso
de soltero. Se despiden,
dos amigos: ella viste la ropa de la noche
anterior, él se avergüenza.

Pero tú

ya lo sabías.




Elena Medel
en Chatterton
Visor. Premio Fundación Loewe a la Creación Joven.